Te imploro Dios mío

Te imploro Dios mío con mis brazos abiertos de par en par, te imploro entre el susurro de la brisa y bajo el manto de la noche oscura. Y te imploro uniendo mi oración con todos los enfermos y afligidos, los que tienen herido el corazón, y herido el alma.
Porque estamos solos, y unidos en el amor. Porque vagamos distantes entre cumbres y praderas, ciudades y valles lejanos del mundo, pero unidos en oración.
Te pedimos por los que no pueden pedir, por los niños y niñas inocentes, y te pedimos por los que no saben pedir, por los que llenan sus oraciones de plegarias vacías, por los que pierden su tiempo cuando podrían estar contigo.
Te pedimos en lenguas celestiales y humanas, te rogamos clemencia, te suplicamos perdón. La mitad de las veces no sabemos realmente lo que hacemos, y la otra mitad nos equicocamos.
En tu Infinita Bondad, guíanos, consuélanos y edúcanos. Envía sobre nosotros tu Espíritu Santo, acógenos. Sumérgenos en tu Sabiduría, y llénanos del Agua de Vida del Bautismo de Fuego de tu Santo Espíritu, el mismo que se movía sobre las aguas en la Tierra primegia, el mismo que animaba los mundos en el inicio del Universo, el mismo que dio valor y fuerzas a los primeros apóstoles; el Espíritu que animaba a las primeras comunidades de hermanos cristianos. El Espíritu que ahora se mueve entre nosotros, el que nos mantiene en pie, nos fortalece en medio de las dificultades y tentaciones del mundo y evita que tropecemos.
El Espíritu Santo prometido por Tu Hijo se mueve ahora entre nosotros, y se ha derramado abundantemente en nuestros corazones. El mundo no lo reconoce, no lo puede reconocer, al igual que no reconoció a Tu Hijo, pero nosotros lo reconocemos, está entre nosotros, se mueve en nuestra asamblea. El nos dice lo que tenemos que hablar, escribir, transmitir y hacer, anima nuestra acción, es Tu misma presencia real hasta el día final.
El nos levanta el ánimo, consuela nuestras fatigas y combate nuestros miedos. Tu Espíritu sostiene la asamblea santa de los hermanos cristianos, nos ayuda a sobrellevar las penas y dolores de nuestra carne, que se va haciendo putrefacta a medida que el tiempo, inexorablemente, nos va consumiendo.
Tu Espíritu Santo mantiene viva nuestra fe, y es la renovación constante en nosotros de tu promesa de eternidad. Es la impronta de Tu Hijo en todos nuestros actos.
Estos son los tiempos de los que hablaron los profetas desde antiguo, los tiempos en donde se derrama ampliamente tu Espíritu por todos tus siervos, y donde ya no se te adora en un lugar en concreto, sino que estás en todos los lugares, y se te da culto a todas horas y en todo lugar.
Allí donde haya un cristiano, donde dos o tres hablen de Ti, ese es tu lugar de culto, Señor Dios Omnisciente.

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