Aunque todos los pueblos se reuniesen planeando mi perdición, nada me apartaría de tu lado. Aunque millones de reinos unieran su poder contra mí, nada me haría abandonarte. Porque has sido la única mano que siempre he tenido, desde mi juventud mi refugio, evitaste que cayera en las redes de la destrucción y me acompañaste cuando tuve que cruzar desiertos, apagaste mi sed.
Y te pedía: "Padre, líbrame", y te rogaba: "Padre, sálvame", hasta entender que permaneces en mi dolor y que ningún daño te es ajeno, puesto que tuviste a tus espaldas todos los pecados del mundo, y el siervo no va a ser más que su Señor.
Pero me prometiste vida eterna y me guardaste morada, me enseñaste tu camino angosto, empinado y difícil, mientras ponías en mi mochila la esencia de rocío para las tardes de bochorno.
No he tenido días felices, ni los he necesitado, pero completaste con tu sonrisa y tus consejos mis jornadas. Me diste la mano en la soledad e incluso permitiste que algún que otro peregrino se cruzara en mi camino y me confortara por un rato. Pero yo sabía muy bien que la senda debía recorrerla a solas, y cuando me caía en tierra y me negaba a seguir, tu me alimentabas. Te pedí paciencia y gracia, porque no es nada fácil esta experiencia vital mientras al lado la autopista transcurre con coches llenos de personas sonrientes a toda velocidad. Tu vara y tu callado me acompañaban, aunque a veces fueran tus brazos amorosos de Dios quienes directamente tenían que socorrerme.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario