Nuestros cuerpos imperfectos tienen que perfeccionarse; nuestros vestidos de corrupción, tienen que convertirse en vestidos luminosos de eternidad. Queremos, buscamos, el corazón humano anhela la eternidad. Desde tiempos inmemoriales se esculpe en rocas con la intención de burlar el tiempo, pero nada mortal permanece, sólo el espíritu puede permanecer, porque sólo lo heredero de Dios es eterno.
Tal como el grano de trigo muere en tierra y renace siendo una planta, así nuestro cuerpo mortal. Porque nada provecha al hombre, aunque pudiera alargar su vida un día más, o cien años, o mil años, mil siglos es para Dios un suspiro, y una hora es para Dios mil siglos. El hombre no puede escapar a su propio destino, porque, al final del día, le juzgarán del amor. Y de nada más. Ahí no podrá usar su dinero para comprarse buenos abogados, ya que toda la verdad se descubrirá a sus ojos, y lo íntimo de su corazón, su esencia, y sus obras, será revelado.
Y al fin de los Tiempos, cuando venga nuestro Cristo Todopoderoso a recoger el rebaño para su Padre, a buscar a su pueblo santo, tendremos todos un nuevo destino eterno. Los que sean para perdición, serán condenados encadenados junto a los hacedores de mal, y los que sean para salvación, vivirán en una nueva ciudad santa, donde ya no habrá más muerte ni dolor, y donde el sol no se apagará, porque el mismo Dios será nuestro sol. No habrá noche ni oscuridad, y ya no habrá necesidades ni enfermedades, pues el dolor será desterrado. Allí brotará el río de la Vida, de aguas claras, y los animales convivirán en paz y en armonía, cada espíritu según su naturaleza, porque Dios lo unirá todo para sí, y nos gozaremos amándole, cantándole y salmodiándole junto a los Angeles Celestiales. En aquéllos días se dirá: "dichosos vosotros, que habéis sido rescatados con la Sangre del Cordero y os habéis mostrado como dignos. Pero ¡ay de aquéllos, a los cuales el tiempo y los siglos, el paso de los años y las preocupaciones tibiaron su fe! Tenían al Señor presente, todo el día para escucharle y hablarle, y no lo hicieron: ni le escucharon, ni le hablaron".
No habrá necesidades ni llantos, puesto que todos nuestros miedos y angustias habrán desaparecido.
Si ahora, encerrados en la carne, podemos gozar ya las excelencias del Reino, ¿que no podemos esperar cuando estemos viviéndolo en toda su plenitud?
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