Apiádate de mí, que enfermo estoy y no tengo ni para comer, que me averguenza salir a la calle, los demás me ven como un desperdicio humano. Los dientes y la carne se me caen a pedazos, no tengo donde recluirme, ni a dónde escapar ni a quien acudir.
Me esfuerzo en vano día y noche para no conseguir nada, ando errante y rodeado de inmundias e insultos, tengo mis oídos colmados con las increpaciones y las burlas.
Pero Tú me librarás de todo, Padre, no permitirás que mi pie resbale, Tú serás mi valedero, mi eje, mi garante. Como lo fuiste antaño con mis padres, y con los padres de mis padres desde la creación del mundo. Porque nada hay que esté oculto a tus ojos, nada hay que no se te revele o que pueda escapar de Ti. Tu lo cubres todo, lo llenas todo, y nada te es ajeno.
Por eso no dejarás a tu siervo, porque Tu Hijo me ha permitido volver a Ti, y su dolorosa pasión ha sido suficiente pago para mi redención.
Tu me libras de las ataduras de muerte, me sostienes y escuchas mis llantos. Tu me atiendes y consuelas, Tu me liberas.
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