Solo Tú llenas mi alma, y mi espíritu y mi vida. No envidio nada, no anhelo nada, no deseo otra cosa material o inmaterial más que tenerte a Tí, que estar en Tí, que vivir por Tí y para Tí.
Si los hombres corren tras los placeres mundanos, las cosas terrenales, una buena casa y un buen trabajo, yo solo te deseo a Tí. Tu eres mi habitación, mi casa y mi vivienda; Tu mi tesoro, mi mejor posesión, mi única conquista.
Me muevo, me esfuerzo, me desvelo buscándote, no rechaces mi petición humilde, el deseo de mi alma. No me ocultes tu presencia, que ando como ciego buscando tu luz. Tócame, transfórmame, déjame saborear un poquito de tu calor. Mi alma arde apasionadamente, inflamádamente por ti. Me has dejado conocer un roce de tu Espíritu y quiere habitar contigo. Si mis ojos te contemplaran, Señor, se volverían llamas vivas cual hogueras iluminándose día y noche en tu honor, alimentadas por el combustible interminable de tu amor.
Me haces un hombre nuevo, un ser nuevo en éste vestido de paja y estiércol que es mi putrefacta carne. Me revistes de vestido blanco, blanquísimo, pues he sido rehabilitado por la sangre de tu preciado Hijo, y me llamas a cantarte entre tus coros angélicos, a mí, inútil de mí, que no he sido siempre más que un pecador, inmerecedor de tu misericordia, del don de tu paciencia, de tu perdón.
Déjame descansar en tus brazos, Padre, mientras el mundo persigue sueños. Aléjame de la vanidad y rodéame de la inquebrantable fortaleza de tu Espíritu que sostiene la vida... y el universo.
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