Todos me han abandonado, Señor; a nadie le importa si vivo o muero, incluso a los que tenía más cerca, aquéllos que se hacían llamar mis amigos me han dado la espalda.
Pero Tu defenderás mi causa, Tu serás mi protector.
No tengo dinero para abogados, me he quedado sin derechos humanos, pero Tu me acogerás, darás cuenta de los que tan injustamente me han tratado, de los que me han hecho tanto daño mientras que ocultan sus actos con una máscara de piedad. Pero a Ti no pueden engañarte, Buen Dios, porque tu ves el corazón humano y conoces todas sus perversiones.
¿Cómo van a poder ocultarse ante tí? ¿Cómo van a poder engañarte, los que tan maliciosamente obran? ¿Es que, acaso, pueden huir a algún lugar donde tú no les veas? ¿Es que acaso pueden esconderse? ¡No! Los que ahora hacen tanto daño, enchidos de orgullo, dinero y vanidad, serán puestos en evidencia pronto, y sus crímenes no quedarán impunes, ni el más pequeño de ellos.
Creen que van a vivir largos años, que ni la vejez ni la desgracia los alcanzará, ignoran que para Ti mil años es un suspiro, y ahí, tras la esquina, les esperan los pagos a las muchas desgracias que han producido.
Tu, Señor, eres nuestro abogado, nuestro benefactor, nuestro protector, ¿quién pondrá causa contra nosotros? ¿Quién se atreverá a llevarnos ante los tribunales?
Dios Eterno, abogado de los miserables y de los desamparados, en Tí confiamos plenamente.
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