La auténtica solidaridad
En este mundo se habla mucho de la solidaridad, del voluntariado, de las buenas acciones, de la empatía, de la generosidad... pero todas las obras humanas que se han levantado en pro de ello acaban siempre entre discusiones, riñas, peleas y una obra que empezó siendo altruista acaba convirtiéndose en un motivo de disensiones.
Porque no hay que olvidar que ser solidario sin Cristo es como ser tenista sin raqueta. O sea: inútil. Porque el alma humana sin Cristo, por muy buenas que sean las intenciones, siempre acaba corrompiéndose.
Sólo en Cristo el hombre puede darse auténticamente a su hermano, lo demás son esfuerzos vacíos, porque, por mucho que el hombre trate de ser justo, honesto y servicial, siempre acaba fallando. Sólo Dios no falla, sólo Dios cumple todas las promesas y, por encima de todo, sólo Dios es fiel. Ya demostró la Antigua Alianza que el hombre por sí mismo no puede alcanzar ni la justicia, ni la salvación, ni la caridad.
Eso sí, en llenarse de buenas palabras y de buenas intenciones eso se hace pronto, para hacer promesas huecas y vacías el hombre es muy bueno, porque le gusta soltar la lengua.
Imagen: sleepdepca
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